Vida y Expresión
  Picadito el blanquito
 

Picadito el blanquito

            -¡Picadito el blanquito!- dijo el Goyo bastante borracho ya y mientras empinaba la botella que almacenaba el acido muriático sobrante del ultimo uso.

            Tan picadito estaba el blanquito que apenas duro dos días en terapia intensiva en lo que, tal cual sentencia de tango,  había sido el epílogo de la última curda.


            Pero esto estaba muy alejado de la ciudad y sus ritmos, siempre había sido campo, privaciones y soledades. Desencuentros con la vida y en la vida, y apenas una pocas y efímeras reconciliaciones con la alegría.

            Se había casado muy joven con la Emilia,  él 20 y ella 14, para 15. 

Diez años después y seis hijos más tarde cayó en la cuenta que eso no era para él. Pero no rehuía las responsabilidades y ella seguía enamorada como el primer día, así que el barco siguió su deriva en mares de alcohol, malos tratos e infidelidades del Goyo.

            Y nunca supe bien si la Emilia lo amaba demasiado, si estaba enferma en su obsesión o simplemente era tarada.  Pero le perdonaba todo y siempre encontraba la excusa que él ni se molestaba en inventar. Si no trabajaba por temporadas no importaba, ella salía como todas las mañanas en verano y en invierno a limpiar casas ajenas, si andaba con un ojo reventado la culpa era de las puertas que se le cruzaban y si era cornuda lo dejaba pasar sin dejar de deslizar, ante el artero comentario de una vecina, que el Goyo era mucho hombre.


            En fin, funcionaba. De esa forma. A la manera de ellos pero funcionaba. Le perdonaba todo.

            Hasta  el día en el que el Goyo selló su suerte cuando se llevo a la Gaby, la mayor de sus hijas, para que le cebara mate en el  campo que estaba alambrando. Y no fue sino hasta después de varias semanas, ante la conducta extraña y agresiva de la Gaby, y la insistencia de la Emilia, que le contó lo que había pasado. Con sus apenas doce añitos, lisa y llanamente, su padre la había entregado al patrón con la recomendación expresa de que el le iba a decir que hacer y que le hiciera caso.          

            Fue una gran pelea  y a punto estuvo la separación, pero promesas de que nunca se repetiría y pedido de  perdones reiterados hasta las lágrimas, terminaron por ablandar a la Emilia aunque nunca se lo perdonó.


            Con el tiempo parecía que todo volvía a su cauce, él sin trabajo y mamado casi todos los días,  y la Emilia como siempre trabajando, sosteniendo su hogar y haciendo todas las cosas de la casa, incluidas la de destapar el inodoro, así que cuando luego de usar el ácido, lo que sobró decidió guardarlo en una botella, sabía ella de antemano que solo era una cuestión de tiempo.       

            Y nadie habló después de premeditación, ni de venganza y ni siquiera hubo culpables,  por lo que el Goyo sólo fue víctima de la imprudencia, la fatalidad y de una vida que le pesaba, aunque no quiso saberlo nunca. ¡Picadito el blanquito…!


 
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