Vida y Expresión
  El vuelto
 

El  Vuelto

 

            Todo empezó ese mediodía frío y escarchado de junio.  Si hubiese ido por otra calle no estaría contando esta historia, pero aun no se  bien porque me tenia que cruzar con El Mono, quien se me acercaba con su andar grotesco con el cual se había ganado el apodo.

Saludos de cortesía de suburbio mediante, ya se imaginan cuales, me encara y de frente me dice: “¿Y fierita?, yasta todo arreglado, ¿vas a venir o que?”

Entenderán que la pregunta encerraba un cuando y de ninguna manera una posibilidad de opción.

 

            Pero volvamos atrás, porque estoy casi seguro que se preguntaran como llegue hasta aquí, pues bien, a mi también me gustaría saberlo. Resumiendo puedo decirles que al contrario de mis circunstanciales compañías, mi infancia había sido la típica de un niño bien de clase media alta, o sea sin pasar necesidades, claro que al final de la adolescencia, menemismo mediante, con mi viejo que se fue con una pendeja que estaba mas para mi que para el, y con mi madre lanzada a completar su colección de machos, en venganza creo yo,  ese rejuntado que llamábamos familia desapareció y con el muchas de las oportunidades a las que, teniendo dinero, uno puede acceder.

 

            Cuando Andrés terminó el secundario como buen hermano mayor, me ayudo y espero a que también lo terminase, antes de que con los veintiuno recién cumplidos se rajase a España. No lo seguí, un poco por miedo, otro poco por no dejarla a la vieja sola, aunque ella cada día que pasaba estaba mas lejos de la tierra, entre el alcohol que circulaba, merca que yo prefería no ver y desfile de personajes siniestros que le prometían la felicidad eterna. Hasta  que sucedió lo que tenia que suceder, le acertó el palo al medio del tren con el auto en la Estación Carapachay, no sé si borracha o solamente cansada de vivir, pero a la semana apareció el ultimo novio, mostró la escritura traslativa de dominio  y ese era el termino legal por el cual me tenia que ir de mi propia casa. Según decía el dinero lo había cobrado mi madre, dueña única por herencia de la misma. O sea todo mal. Sin laburo y sin casa.

 

            Llamada a papá que nunca estuvo y seguirá estando ausente sin aviso. Que vaya cuando quiera a comer, a conocer a mi último hermanito, etc. Pero no tiene lugar.

De los amigos del secundario ni hablar, los que zafaron andan en 4x4 y cuando pasan al lado mío no me conocen y otros, tan caídos en desgracia como yo, con la única ventaja de un techo pero juntando las monedas para comprar un paquete de fideos.

El ultimo recurso. Los compañeros del fútbol de los domingos en la cancha del Sporting. Algunos de ellos son de La Cava, pobres pero cuando pueden laburantes, solidarios hasta para compartir lo que no tienen, me hacen un lugar y ahí estoy instalado de prestado. A cinco cuadras de la opulencia, a menos de un kilómetro de mi antigua casa.

 

            Pasar los días y aprender a convivir en esa mezcla de olores a aguas servidas y a comidas que se mezclan en el aire de los mediodias, a soportar la lluvia que se empeña en atravesar esa vieja chapa tantas veces clavada y vuelta a clavar, a soportar el frío que se mete por todas partes mas aun cuando vas a la letrina fuera de la casa, a aprovechar y entender porque disfrutaban tanto, mis amigos, de la ducha en el club ya que era el único baño que podían darse y que ahora puedo darme, a ver a los chicos jugando con lo que antes no era mas que basura para mi, una rueda de bicicleta rota, algún pedazo de juguete viejo, alguna madera convertida en espada o revolver con  que la imaginación del pibe le gana a la miseria…..Pero la única verdad es la realidad repite el puntero del concejal en la villa, pero claro el no tiene problema le tiraron tres planes de empleo y lo único que hace es politiquería y rascarse el higo. Lo pienso, pero nunca lo diría.

La única verdad es la realidad, si claro. Habrá sido porque me cansé de buscar trabajo y no encontrarlo pese a mi piel blanca, que aun es un salvoconducto aunque no una garantía. O tal vez no me lo dieran  porque ya para el miércoles olía bastante mal, o en definitiva porque quizás me veían menudo para los trabajos físicos y sin experiencia para los otros, el caso es que no encajaba.

            Me fui abandonando, empecé a frecuentar a los personajes que se reunían frente al almacén del boliviano a tomar cerveza y escuchar cumbia. Me fueron conociendo y los fui conociendo.

            Al principio fueron algunos mandados. Sobrecitos, que tenía que dejar en tal o cual  dirección, me pagaban y volvía. Era conveniente, no me tenían marcado y  además siempre tuve cara de bueno según dicen.

 

            Paso todo el verano y fui haciendo una moneda pero solo para mantenerme. Mis primeros amigos aquí adentro comenzaron a evitarme, más aún,  después de que en marzo que me mude a la casa del Cabezón, que era el capanga del barrio. El Cabezón vivía con su mujer, la hija adolescente de ella y tenia tres hijos más chicos, de ambos. Todos decían que se acostaba con las dos a la vez, pero no me consta, aunque me dio la piecita del fondo y estaba un poco lejos de la de él y tal vez por eso nunca escuche nada.

            La casa era un palacio en comparación con el resto de los ranchos. Con paredes de material y baño adentro, pisos de cerámica y hasta televisión satelital. Lo único que no cerraba era que jamás se le conoció laburo alguno, es decir de los que tienen horarios fijos.

            Pero El Cabezón era de otra onda, nada de boludeces de un gramo, el negocio tenía que ser grande o nada. Era muy seguro para hablar y claro para expresar lo que quería decir, no dejaba dudas. Tal vez por eso lo seguí cuando me dijo: “No te juntes mas con la gilada, veníte conmigo”

            Era un pesado sin dudas, que se fijo en mi como posible aprendiz cuando una tarde con bastante vino encima y para darme importancia,  sin saber quien era él, le conté la historia de la casa, su ocupante actual, ultimo novio de mama y dueño de la concesionaria BMW de Av. Del Libertador al 2800, y de que lo iba a matar por lo que había hecho. A la semana lo vi por segunda vez y me dijo:”No tenés de que preocuparte pibe, el chabón ya es boleta”  Ahí entendí con quien estaba hablando.

            Desde entonces fui su perro faldero, aunque a decir verdad se convirtió en una simbiosis que beneficiaba a ambos. Yo recibía su protección y a cambio manejaba las cuentas. Guita de la droga, secuestros express,  putas y travestis era recolectada por la banda y como intuitivo padrino El Cabezón repartía con generosidad. La cana,  jueces y fiscales departamentales, intendente y  concejales, todos, recibían su parte,  si hasta colaboraba con el comedor de la villa.  Pero no era Robin Hood seguro. Buena parte la repartía con los laburantes del choreo como llamaba a sus secuaces, y la mayor, claro, era para el.  Todo este bolonqui de números necesitaba a alguien que organizara la cosa y ahí entraba yo que manejaba las cuatro operaciones y la regla de tres simple y que no me daba con nada, salvo algún porro de tanto en tanto.

 

            Cuando le propuse abrir la parrilla para lavar dinero se entusiasmó. Alquilamos, digo bien por que era yo quien figuraba, un local en José Ingenieros y Rawson, a tres cuadras de Estación La Lucila, contratamos un contador que me anotó en todos los impuestos que había, y ahí estábamos. Todo legal. La idea era sencilla, facturar muchísimo mas de lo que se vendía, y tener como proveedoras casi exclusivas y a precios astronómicos a dos sociedades anónimas que habíamos inventado en las que El Cabezón era el principal accionista. Parecía simple pero en realidad era una operación complicada para el corto entendimiento de la banda y los problemas no tardaron en surgir.

Comenzaron a sospechar que El Cabezón se quedaba con algo de más que era de ellos y  lo empezaron a ver como el “empresario”, cuestión que el no disimulaba y hasta le daba cierto orgullo.  Frecuentaba  menos  La Cava y se la pasaba de joda corrida mientras ellos hacían el laburo. Obviamente no se podía sostener esta situación.

 

            A instancias del Flaco Burgos se pidió esa reunión, para aclarar los tantos puesto que el caldo se espesaba cada día más, y hasta era posible que los de más arriba estuvieran en conocimiento de cómo venia la mano.

Cuando se lo comunique al Cabezón dijo: “Esos putos muertos de hambre, me vienen a cuestionar ahora, a mi, que los saque de la mierda y los puse en autos comprados, ¿a mi?”

No le gustó nada, a mi menos, pero confiaba en que la sangre no llegara al río, pues si algo nos pasaba no había mas circuito de lavado y se acababa el filo grosso, no podían ser tan bestias para quedarse sin nada, especialmente sin los contactos tan lubricados que él mantenía.

            La reunión era en la parilla, el miércoles a las diez de la mañana. Me levanté con un feo presentimiento. Yo tenía que ir también, pero creo que deliberadamente fui demorándome casi hasta el mediodía.

Por eso me extrañó a medias la presencia del Mono. El tenia que estar en la reunión y su frase diciendo que estaba todo arreglado no me sonó muy bien. Lo acompañaba Tatú que lo esperaba en el auto a unos treinta metros. Demasiadas molestias para venir a buscarme.

 

-Voy a comprar puchos

-“Yo tengo” -dijo el Mono

-¿Qué tenés?

- “Camel”

- No loco, si sabes que fumo Marlboro.

 

            Y encaré para el kiosco de la Pochi que esta a la vuelta: “Bancá un minuto que ya vuelvo” Lo que siguió fue una vertiginosa huida por las callecitas y pasajes internos de la villa que después de más de un año conocía en detalle.

            El resto fue sencillo. Ellos seguramente montaron guardia en el banco donde tenía cuenta con la esperanza que apareciera, no pensaron nunca que mis visitas de los domingos al cementerio para ver a la vieja, sirvieran para esconder los dólares que conseguía con los pesos faltantes que estaban reclamando.  Por eso,  esta fue la última visita a la tumba de la vieja y la despedida.

            Pasaporte mediante y sin antecedentes en cinco días estuve en Alicante con Andrés. ¿Como terminó El Cabezón? Me enteré a los diez días por Internet leyendo Clarín. Lo encontraron cuando los vecinos, sorprendidos por el cerrado por vacaciones en pleno julio, se percataron de un fétido olor que provenía de la parrilla. Cuando lo encontró la policía, tenía un balazo en la nuca y sus propios testículos en la boca. Mal final. En el fondo no era mal tipo, no muy bueno con los números y realmente malo a la hora de elegir colaboradores. Esa fue su perdición.




Jorge Dieguez


Primer Premio categoría cuento en el "Primer Certamen de Poesía y Cuento de El Calafate-2004


 
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