Vida y Expresión
  Los robadores de sueños
 
  
 
 Los robadores de sueños
 

      Aun no amanecía y podía vérseles caminando nerviosamente por las aceras, con la esperanza de atrapar algún sueño de entre los que recién despertaban.

         Decían que a esa hora precisamente, entre la penumbra y el alba, era cuando los sueños salían a dar su última vuelta antes de ingresar, definitivamente, en los corazones de quienes los soñaba. Y que ese era el momento más conveniente para apoderarse de ellos.

         Pero no era fácil, no. Había que tener la suerte de que algún sueño desprevenido o desorientado lo atravesase de lado a lado y lo cambiara todo para siempre.

         Esta azarosa operación encerraba en sí,  un secreto que la mayoría desconocía y era que, para atrapar un sueño, el requisito previo era haber soñado alguna vez. Pero  esto había pasado hacía tanto, que los pocos que lo habían hecho, ya no lo recordaban.

         Y era así, que luego de esa penosa vigilia,  día a día, iniciaban una nueva jornada, mal dormidos por despertarse en la noche, defraudados por la espera, con el rostro constipado por la decepción.

         Entonces, presas del desencanto, proferían a su alrededor sus frases más celebres y repetidas, precedidas inevitablemente del adverbio no: “no se debe”, “no se puede”, “no te metas”, “no es lo correcto”, dando con esto sus sentencias, que nadie les pedía,  sobre otras vidas que no eran las propias.

         E insistían imbuidos en su incapacidad y en una envidia tenaz que les corroía el alma, en convertirse en voceros de la desilusión y la apatía.

        Por el contrario los soñadores despertaban de buen talante, con sus cabezas llenas de ideas por las mañanas. Y a veces se sentían felices en dias radiantes de sol y a veces tambien,  en dias de tormenta con rayos.

         Y sus imágenes se proyectaban sobre la vida hasta transformarse en vida misma, dando pinceladas de colores a cuadros que ningún pintor nunca antes había pintado y que no conocían la materia. Vivian felices sus pequeños y sus grandes momentos, sabedores de que su tiempo era único, irrepetible, irremplazable, irreducible, inextensible, un tesoro que no vuelve atrás. A veces lloraban con la emoción de las separaciones transitorias o permanentes.  Pero cuando podían, preferían comerse la vida en exceso hasta la obscenidad. Nunca se detenían a esperar la aprobación de otros, no por soberbia, sino porque sinceramente no disponían ni de tiempo, ni de ganas de hacerse cargo de opiniones ajenas.

         Llenaban los espacios de luces y de olores. Luces simples y olores simples. Un sol y su rayo, atravesando una ventana en otoño, un atardecer al poniente que estalla el cielo. Olores de un almacén de la infancia, que con solo pensarlo volvían,  o alguna primavera de árboles y flores.

         Jamás tenían sexo por las noches, sino que hacian el amor a todas horas. Y no solo a un hombre o una mujer, sino a la mujer o al hombre que eran. Sí, a ellos mismos. Brindaban por el solo hecho de estar vivos.

         Y así transcurría la vida en el lugar, que era más o menos como transcurría en la humanidad y el mundo, de a pequeños pasos, a veces algún salto y tambien con retrocesos.        

         Siempre en ese delgado equilibrio entre los que se animan y los que no, eterna lucha entre los soñadores y los robadores de sueños.

Joan Diro


 
 
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