La sensibilidad del ferretero
La mañana amaneció concurrida en el boliche de Rey, la única casa velatoria del pueblo. Y a juzgar por la importancia de los autos, se me hizo que el finado llegaría antes que muchos al cielo, pues seguramente contaría con el respaldo y recomendación de tan distinguidos deudos y amigos.

Cerca del mediodía me dirigí a la ferretería sita a unos pasos de aquí en busca de unos remaches más largos de los que disponía. Como nuevo, pero no tanto en el lugar, la curiosidad me llevó a preguntar a quien atendía, hijo del dueño de la misma, acerca de quien había fallecido.
-Lucanera- dijo, para agregar a continuación: “¡Que lastima, era un excelente cliente!”
Compré y salí reflexionando sobre esta frase mientras imaginaba cuanto más afortunado hubiera sido para esta ocasión un: “Lástima, que buen tipo era”. Lo que si me quedó fuera de toda duda, que yo seria para él un buen cliente y llegado el momento solo un nombre a descontar de su cartera.
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